miércoles, 28 de mayo de 2008

Silencio y Oración en la Madre Teresa

EL SILENCIO
Resulta muy difícil predicar cuando no se sabe cómo hacerlo, pero debemos animarnos a predicar. Para ello, el primer medio que debemos emplear es el silencio.
El silencio de la boca nos enseñará muchísimas cosas: a hablar con Cristo; a estar alegres en los momentos de desolación; a descubrir muchas cosas prácticas para decir.
Guardemos, entonces, el silencio de los ojos, el cual nos ayudará siempre a ver a Dios. Los ojos son como dos ventanas a través de las cuales Cristo y el mundo penetran en nuestro corazón.
El silencio de la mente y del corazón: la Virgen María "conserva cuidadosamente todas las cosas en su corazón ". Este silencio la aproximó tanto al Señor que nunca tuvo que arrepentirse de nada.
El silencio nos proporciona una visión nueva de todas las cosas.
Las palabras que no procuran la luz de Cristo no hacen mas que aumentar en nosotros la confusión.
LA ORACIÓN
La oración ensancha el corazón, hasta hacerlo capaz de contener el don de Dios. Sin Él, no podemos nada.
Orar a Cristo es amarlo y amarlo significa cumplir sus palabras. La oración significa para mí la posibilidad de unirme a Cristo las 24 horas del día para vivir con Él, en Él y para Él. Si oramos, creemos. Si creemos, amaremos. Si amamos, serviremos.
Es imposible comprometerse en un apostolado directo, si no es desde una auténtica oración. Debemos tratar de ser uno con el Padre. Nuestra actividad no será verdaderamente apostólica si no le permitimos obrar en nosotros, a través de nosotros, gracias a su poder, a sus planes y a su amor.
Para que la oración sea realmente fructuosa, ha de brotar del corazón y debe ser capaz de tocar el corazón de Dios.
Yo estoy perfectamente convencida de que cuantas veces decimos Padre nuestro, Dios mira sus manos, que nos han plasmado... "Te he esculpido en la palma de mi mano"... mira Sus manos y nos ve en ellas. ¡Qué maravillosos son la ternura y el amor de Dios omnipotente!
Orad sencillamente, como los niños, movidos por un fuerte deseo de amar mucho y de convertir en objeto de propio amor a aquellos que no son amados.
Debemos ser conscientes de nuestra unión y de convertir con Cristo, así como El tenía clara conciencia de su unión con el Padre.
La plegaria perfecta no consiste en una palabrería, sino en el fervor del deseo que eleva los corazones hasta Jesús.
Nuestras acciones sólo pueden producir frutos, cuando son expresión verdadera de una plegaria sincera.
Frecuentemente nuestra oración no produce efecto por no haber fijado nuestra mente y nuestro corazón en Jesús, por medio de quien únicamente nuestra oración puede ir directamente a Dios.
"Yo lo miro y El me mira" constituye la perfecta oración.
Nunca debiéramos ceder a la costumbre de aplazar nuestra oración, sino hacerla con la comunidad.
El fracaso o la perdida de la vocación proviene también de la desidia en la oración.
La oración ensancha el corazón delicado hasta el punto de estar en condiciones de acoger el don del propio Dios.
Dios se compadece de la debilidad pero no quiere el desánimo.
"En El vivimos, nos movemos y existimos".
No basta orar generosamente, hemos de orar con fervor y devoción.
El conocimiento que comunicamos debe ser el de Jesús crucificado y, como dice san Agustín: "Antes de dejar de hablar a la boca, el apóstol ha de elevar su propia alma sedienta a Dios para luego poder entregar cuanto ha bebido, vertiendo en los demás aquello de lo cual estamos colmados", o como nos enseña santo Tomás: "Aquellos que son llamados a la labor de una vida activa, cometen una grave equivocación si piensan que su compromiso les dispensa de la vida contemplativa. Tal obligación se añade a aquélla y no la hace menos indispensable".
La oración que brota de nuestra mente y de nuestro corazón y que recitamos sin necesidad de leer en ningún libro se llama oración mental.
Sólo por medio de la oración mental y la lectura espiritual, podemos cultivar el don de la oración. La oración mental es una gran aliada de la pureza de alma.
Los mejores medios para alcanzar un franco progreso espiritual son la oración y la lectura espiritual.
Si a ustedes les resulta difícil orar, rueguen insistentemente: "¡Jesús ven a mi corazón, ora dentro de mí y conmigo, hazme aprender de Ti cómo orar".
La Misa es el alimento espiritual que me sustenta y sin el cual no podría vivir un solo día o una sola hora de mi vida.
La cosa más importante no es lo que decimos nosotros, sino lo que Dios nos dice a nosotros. Jesús está siempre allí, esperándonos. En el silencio nosotros escuchamos su voz.
Debemos amar la oración. La oración dilata el corazón hasta el punto de hacerlo capaz de contener el don que Dios nos hace de Sí mismo.


LA ORACIÓN Y EL SILENCIO
El silencio es lo más importante para orar. Las almas de oración son almas de profundo silencio. Y lo necesitamos para poder ponernos verdaderamente en presencia de Dios y escuchar lo que nos quiere decir.
Este silencio debe ser tanto exterior como interior, dejando de lado nuestras preocupaciones. Debemos acostumbrarnos al silencio del corazón, de los ojos y de la lengua.
El silencio de la lengua nos ayuda a hablarle a Dios. El de los ojos, a ver a Dios. Y el silencio del corazón, como el de la Virgen, a conservar todo en nuestro corazón.
Dios es amigo del silencio, que nos da una visión nueva de las cosas. No es esencial lo que nosotros decimos, sino lo que Dios nos dice y dice a través de nosotros.
El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.

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viernes, 23 de mayo de 2008

Recordando a la Madre Teresa ( al conmemorar un año de su muerte)

El viernes 5 de setiembre del año pasado el corazón del mundo como que se detuvo por unos instantes. Millones de personas de todos los países dirigieron su pensamiento a la India. No era curiosidad lo que llevaba la mirada interior a la populosa ciudad de Calcuta. La población que Dominique Lapierre bautiza como "Ciudad de la alegría", es en realidad una metrópoli con muchas de sus gentes sumergidas en una clamorosa pobreza y agresiva violencia. Sembrando la alegría y la esperanza en medio de las zonas privadas de ellas, una misionera del amor encontró en Calcuta la manera de hacer concreta la caridad en los millares de rostros sufrientes que expresaban hambre de Dios al tiempo que hambre de pan, de salud, de vestido, de techo. Allí, luego de una larga vida consagrada al Señor y al servicio de los humildes y marginados, fue llamada por Dios a recibir la corona inmarcesible la Madre Teresa de Calcuta.
Con su rostro marcado por sus 87 años, su pequeña figura guarnecida por el inconfundible sari blanco y azul, que como una bandera se ha hecho emblema de la caridad en todo el mundo, la ya frágil Teresa partía a la Patria Eterna. Ella ha dado al mundo un invaluable testimonio de vida cristiana y de amoroso servicio a los más necesitados. Con su vida y sus obras ha sido una incansable predicadora de la reconciliación en un mundo marcado por tremendas rupturas. Su ardoroso testimonio de amor a Dios, hecho concreto en innumerables muestras de caritativa solidaridad con los más pobres y abandonados, ha sido una refrescante corriente de aire puro en medio del contaminado ambiente de egoísmo e indiferentismo de nuestras sociedades de finales del siglo XX.
Tuve la bendición de conocer a la Madre Teresa hace ya algunos años, cuando visitó el Perú con ocasión del IV Congreso Internacional sobre Reconciliación en tiempos de pobreza y violencia, que entonces se llevaba a cabo en el Callao. En aquella oportunidad dirigió a los participantes del congreso una ponencia, titulada El amor fuerza de reconciliación. "Es algo muy hermoso conocer y amar al pobre -manifestó en aquella ocasión-, por eso es necesario conocerlos, amarlos y servirlos. Para poder lograrlo es necesario acercarnos y compartir con ellos el gozo del Amor… Y el hambre no es solamente de pan. ¡El hambre es de amor, de reconciliación!"ó. La sencillez de sus palabras, y la fragilidad de su cuerpo, como que enmarcaban con nitidez la fuerza del Evangelio que proclamaba.
Más adelante la visité en su comunidad, en Lima. Recuerdo vivamente el diálogo sostenido en una pequeña habitación al lado de la capilla donde pasaba largos períodos adorando al Señor Sacramentado. La Madre Teresa tomaba sus fuerzas de la Eucaristía. La Adoración al Señor Jesús realmente presente en el Tabernáculo era para ella un ejercicio espiritual cotidiano. Al conversar con ella se descubría con toda facilidad el amoroso latir de su corazón por el Señor Jesús. Al hablar de Él toda ella se transformaba. Grande era también su amor por la Iglesia, y la gratitud por la fe cuya luz le permitió descubrir en los rostros sufrientes de los seres humanos la imagen de Aquel que dijo: "cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis". Su vida toda ha sido un anuncio de adhesión al Evangelio de la Vida, plasmado heroicamente en el servicio a los pobres entre los pobres.
Pero, también la Madre Teresa ha sido incomprendida por muchos. A un mundo que huye de Dios le resulta insoportable el testimonio del amor a raudales que manaba del corazón de Teresa de Calcuta.
¿Cómo puede alguien expresarse mal de ese heraldo del amor? Entonces recordé las palabras de Jesús recogidas en el Evangelio. Y comprendí mejor el ministerio de caridad de la Madre Teresa de Calcuta. Entendí que el amor que de su corazón brotaba al encuentro del ser humano concreto que sufre era un desafío a un mundo acostumbrado a medirlo todo en intereses económicos, en ideologías, en egoísmos de todo cuño. Percibí mejor cómo su transparente amor al Señor Jesús, su amor al Evangelio, su adhesión a la Iglesia habrían de ser contestados por quienes optan por la cultura de muerte.
La adhesión a la vida y a la bondad del Plan de Dios resonaban alto y fuerte en la vida y obras de Teresa. Su paso evangelizador y reconciliador permanece vivo en quienes descubrimos en Teresa de Calcuta a un testigo de la fe, de la esperanza y de la caridad. Con los vivos recuerdos que ella ha legado al mundo y con el vasto número de seguidores que aspiran a continuar su obra, en Teresa de la Caridad se mantiene en alto un ideal de amoroso y solidario servicio a los que sufren en un mundo que se acerca al dos mil lleno de contradicciones y rupturas.

Luis Fernando Figari


para encontrar otros escritos de Luis Fernando puedes buscar en
http://www.m-v-c.org/old/subsidio.htm#art

"No podremos irradiar socialmente a Cristo, ni aprender a vivir, y hacerlo, si Él no vive en nuestro interior, si no nos
hemos encontrado con Él"

Germán Doig K.

miércoles, 30 de abril de 2008

Fundamento del amor al prójimo

Discurso del padre San Alberto Hurtado a 10.000 jóvenes de la Acción Católica, en 1943

Quisiera aprovechar estos breves momentos, mis queridos jóvenes, para señalarles el fundamento más íntimo de nuestra responsabilidad, que es nuestro carácter de católicos. Jóvenes tienen que preocuparse de sus hermanos, de su Patria (que es el grupo de hermanos unidos por los vínculos de sangre, lengua, tierra), porque ser católicos equivale a ser sociales. No por miedo a algo que perder, no por temor de persecuciones, no por anti–algunos, sino que porque ustedes son católicos deben ser sociales, esto es, sentir en ustedes el dolor humano y procurar solucionarlo.Un cristiano sin preocupación intensa de amar, es como un agricultor despreocupado de la tierra, un marinero desinteresado del mar, un músico que no se cuida de la armonía. ¡Si el cristianismo es la religión del amor! Como decía un poeta. Y ya lo había dicho Cristo Nuestro Señor: El primer mandamiento de la ley es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas; y añade inmediatamente: y el segundo semejante al primero, es amarás a tu prójimo como a ti mismo por amor a Dios (cf. Mt 22,37-39). Momentos antes de partir, la última lección que nos explicó, fue la repetición de la primera que nos dio sin palabras: Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros, como yo os he amado (Jn 13,34). San Juan en su epístola nos resume los dos mandamientos en uno: El mandamiento de Dios es que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos mutuamente (1Jn 3,23). Y San Pablo no teme tampoco hacer igual resumen: No tengáis otra deuda con nadie que la del amor que os debéis unos a otros, puesto que quien ama al prójimo tiene cumplida la ley. En efecto estos mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio; no codiciarás: y cualquier otro que haya están recopilados en esta expresión: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Rm 13,8-9). En este amor a nuestros hermanos, que nos exige el Maestro, nos precedió él mismo. Por amor nos creó; caídos en culpa, por amor, el Hijo de Dios se hizo hombre, para hacernos a nosotros hijos de Dios (lo que a muchos, aun ahora, les parece una inmensa locura). El Verbo, al encarnarse, se unió místicamente a toda la naturaleza humana. Es necesario, pues, aceptar la Encarnación con todas sus consecuencias, extendiendo el don de nuestro amor no sólo a Jesucristo, sino también a todo su Cuerpo místico. Y este es un punto básico del cristianismo: desamparar al menor de nuestros hermanos es desamparar a Cristo mismo; aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona. Cuando hieren unos de mis miembros a mí me hieren; del mismo modo tocar a unos de los hombres es tocar al mismo Cristo. Por esto nos dijo Cristo que todo el bien o todo el mal que hiciéramos al menor de los hombres a Él lo hacíamos.Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor, nuestro prójimo es Cristo que se presenta bajo tal o cual forma: paciente en los enfermos, necesitado en los menesterosos, prisionero en los encarcelados, triste en los que lloran. Si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia. Pero separar el prójimo de Cristo es separar la luz de la luz. El que ama a Cristo está obligado a amar al prójimo con todo su corazón, con toda su mente, con todas sus fuerzas. En Cristo todos somos uno. En Él no debe haber ni pobres ni ricos, ni judíos ni gentiles, afirmación categórica inmensamente superior al «Proletarios del mundo uníos», o al grito de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Nuestro grito es: Proletarios y no proletarios, hombres todos de la tierra, ingleses y alemanes; italianos, norteamericanos, judíos, japoneses, chilenos y peruanos, reconozcamos que somos uno en Cristo y que nos debemos no el odio, sino que el amor que el propio cuerpo tiene a sí mismo. ¡Qué se acaben en la familia cristiana los odios, prejuicios y luchas, y que suceda un inmenso amor fundado en la gran virtud de la justicia, de la justicia primero, de la justicia enseguida, luego aún de la justicia, y, superadas las asperezas del derecho, por una inmensa efusión de caridad.Pero esta comprensión ¿se habrá borrado del alma de los cristianos? ¿Por qué se nos hecha en cara que no practicamos la doctrina del Maestro, que tenemos magníficas encíclicas pero no las realizamos? Sin poder sino rozar este tema, me atrevería a decir lo siguiente: porque el cristianismo de muchos de nosotros es superficial. Estamos en el siglo de los records, no de sabiduría, ni de bondad, sino de ligereza y superficialidad. Esta superficialidad ataca la formación cristiana seria y profunda sin la cual no hay abnegación. ¿Cómo va a sacrificarse alguien si no ve él por qué de su sacrificio? Si queremos pues, un cristianismo de caridad, el único cristianismo auténtico, más formación, más formación seria se impone.Los cristianos de este siglo no son menos buenos que los de otros siglos, y en algunos aspectos superiores, tanto más cuanto que las persecuciones mundanas van separando el trigo de la cizaña aún antes del Juicio, pero el mal endémico, no de ellos solos, sino de ellos, menos que de otros, es el de la superficialidad, el de una horrible superficialidad. Sin formación sobrenatural ¿por qué voy a negarme el bien de que disfruto a mis anchas, cuando la vida es corta? En cambio cuando hay fe, el gesto cristiano es el gesto amplio que comienza por mirar la justicia, toda la justicia, y todavía la supera una inmensa caridad.Y luego, jóvenes católicos, no puedo silenciarlo: en este momento falta formación, porque faltan sacerdotes. La crisis más honda, la más trágica en sus consecuencias es la falta de sacerdotes que partan el pan de la verdad a los pequeños, que alienten a los tristes, que den un sentido de esperanza, de fuerza, de alegría, a esta vida. Ustedes, 10.000 jóvenes que aquí están, a quienes he visto con tan indecibles trabajos preparar esta reunión, ustedes jóvenes y familias católicas que me escuchan, sientan en sus corazones la responsabilidad de las almas, la responsabilidad del porvenir de nuestra Patria. Si no hay sacerdotes, no hay sacramentos, si no hay sacramentos no hay gracia, si no hay gracia, no hay cielo, y, aun en esta vida, el odio será la amargura de un amor que no pudo orientarse, porque faltó el ministro del amor que es el sacerdote. Que nuestros jóvenes conscientes de su fe, que es generosidad, conscientes de su amor a Cristo y a sus hermanos, no titubeen en decir que sí al Señor.Y como cada momento tiene su característica ideológica, es sumamente consolador recordar lo específico de nuestro tiempo: el despertar más vivo de nuestra conciencia social, las aplicaciones de nuestra fe a los problemas del momento, ahora más angustiosos que nunca. Dios y Patria; Cruz y bandera, jamás habían estado tan presentes como ahora en el espíritu de nuestros jóvenes. La caridad de Cristo nos urge a trabajar con toda el alma, porque cada día Chile sea más profundamente de Cristo, porque Cristo lo quiera, y Chile lo necesita. Y nosotros, cristianos, otros Cristos, demos nuestro trabajo abnegado. Que desde Arica a Magallanes la juventud católica, estimulada por la responsabilidad de las luces recibidas, sea testigo viviente de Cristo. Y Chile, al ver el ardor de esa caridad, reconocerá la fe católica, la Madre que con tantos dolores lo engendró y lo hizo grande, y dirá al Maestro: ¡Oh Cristo, tú eres el Hijo de Dios vivo, tú eres la resurrección y la Vida!

¿Que es el amor de sí mismo?

Cardenal Joseph Ratzinger

¿Puede existir el amor de sí mismo?, es un concepto significativo, y si la respuesta es sí ¿Cómo se debe entender?.Si nos dirigimos con esta cuestión a la biblia, encontraremos en primer lugar posiciones aparentemente contradictorias. Escuchamos, por ejemplo, palabras como. “si uno quiere salvar su vida(alma), la perderá, pero el que pierda su vida (alma), por mi y por la buena noticia, la salvará” (Mc 8,35). Y aún suenan más fuertes las siguientes palabras de Jesús: “ Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío “.En la misma dirección se mueven las palabras de la negación de sí como presupuesto necesario para el seguimiento de Jesús.. (Mc 8, 34), y otros textos. Por otra parte se ha dicho que hay que amar al prójimo "como a ti mismo ".Pero esto significa lo siguiente: el amor de sí mismo, la afirmación del propio ser, ofrece la forma y la medida para el amor al prójimo. El amor de sí mismo es una cosa natural y necesaria, sin la que el amor al prójimo perdería su propio fundamento. Pero ¿como es posible encontrar una unidad interna en estos dos grupos de textos?.Todos los hombres han sido llamados a la salvación. El hombre es querido y amado por Dios y su tarea máxima consiste en corresponder a este amor. No puede odiar lo que Dios ama. No puede destruir lo que esta destinado a la eternidad. Ser llamados al amor de Dios es ser llamados a la felicidad.Ser felices es un deber humano-natural y sobrenatural. Cuando Jesús habla de negarse a sí mismo, de perder la propia vida, etc, esta indicando el camino de la justa afirmación de sí (amor de sí mismo) que reclama siempre un abrirse, un trascender: Pero la necesidad de salir de sí, no excluye la autoafirmación, sino todo lo contrario: es el modo de encontrarse a sí mismo y de "amarse".No es difícil odiarse a sí mismo, pero las gracias de las gracias sería amarse a sí mismo como un miembro del cuerpo de Cristo. El realismo de esta afirmación es evidente. Hay muchas personas que viven en contradicción consigo mismas. Su aversión a sus propias personas, su incapacidad de aceptarse y de reconciliarse consigo mismas, queda muy lejos de la “auto – negación “ pretendida por el Señor. Quien no se ama a sí mismo no puede amar a su prójimo. No le puede aceptar “ como sí mismo “, porque esta contra sí mismo y por tanto es incapaz de amarle partiendo de los profundo de su ser.Todo esto significa lo siguiente: egoísmo y amor auténtico de sí mismo no solo no son idénticos, sino que se excluyen. Uno puede ser un gran egoísta y estar en discordia consigo mismo. Sí, el egoísmo proviene con frecuencia precisamente de una laceración interna, de un intento de crearse otro yo, mientras que la justa relación con el yo crece con la libertad de sí mismo.Incluso se podría hablar de un círculo antropológico: en la medida en que uno se busca siempre a sí mismo, intenta realizarse e insiste en la plenitud del propio yo, el resultado es contradictorio, penoso y triste. El individuo se disolverá en mil formas y al final quedará únicamente la huída de sí mismo, la incapacidad de soportarse. EL refugio en la droga o en otras múltiples formas de egoísmo es, en sí contradictorio.Sólo el sí que me viene dado de un tú me posibilita una respuesta afirmativa a mí mismo, en el tú y con el tú. El yo se realiza mediante el tú. Por otra parte resulta también cierto que únicamente quien se ha aceptado a sí mismo puede decir sí al otro. Aceptarse a sí mismo, “amarse “, presupone a su vez la verdad, y postula el encuentro en un camino hacia esa verdad.

Un Exámen necesario

.....¨Aquí descubrimos la esencia de la mentira diabólica: en la visión que el diablo tiene del mundo, Dios aparece como algo superfluo, como algo que no es necesario para la salvación del hombre. Dios es un lujo para ricos...
Sólo Dios basta; si alguien otorga al hombre todos los bienes del mundo, pero le esconde a Dios, no le salva; no sería esto salvación sino fraude y mentira. Repitámoslo una vez más: la mentira del diablo es peligrosa, proque se parece increíblemente a la verdad; absolutiza es apecto más llamativo de la verdad. Llegamos ahora al punto en que debe dar comienzo nuestro examen de conciencia, en una doble dirección.
¿No nos hallamos también nosotros expuestos al peligro de pensar que Dios no es de primera necesidad para el hombre, y que el desarrollo técnico y económico es más urgente que el espiritual? ¿No pensamos también que las realidades espirituales son menos eficaces que las materiales? ¿no se abre paso también entre nosotros una cierta tendencia a diferir el anuncio de la verdad de Dios porque juzgamos que hay que haber primero cosas ¨más necesarias¨? Y, sin embargo, comprobamos de hecho que, cuando el desarrollo económico no va acompañado del desarrollo espiritual, destruye al hombre y al mundo.
Pero, ¿cómo es posible que nosotros lleguemos a pensar que Dios, el Dios Trinitario, el Hijo encarnado, el Espíritu Santo y la verdad concreta de la Revelación, que se conserva y vive en la Iglesia, sean menos importantes o menos urgentes que el desarrollo económico? Este pensamiento sería de todo punto imposible si nuestra vida se nutriera día a día de la palabra de Dios.
La mentira del diablo sólo puede introducirse en nuestras almas cuando, en nuestra existencia personal, preferimos el bienestar material a la grandeza y a la dolorosa carga de la verdad. El diablo puede invadirnos únicamente cuando Dios se convierte en algo secundario en la vida personal.
En la barahúnda de nuestras ocupaciones diarias acontece fácilmente que Dios pasa a un segundo plano. Dios es paciente y silencioso; las cosas, en cambio, urgen imperiosamente nuestra atención; es mucho más fácil diferir la escucha de la palabra de Dios que muchas otras cosas. Examinemos en estos días nuestra conciencia y volvamos al orden verdadero, a la primacía de Dios¨.
¨El camino pascual.¨ Cardenal Joseph Ratzinger.