El viernes 5 de setiembre del año pasado el corazón del mundo como que se detuvo por unos instantes. Millones de personas de todos los países dirigieron su pensamiento a la India. No era curiosidad lo que llevaba la mirada interior a la populosa ciudad de Calcuta. La población que Dominique Lapierre bautiza como "Ciudad de la alegría", es en realidad una metrópoli con muchas de sus gentes sumergidas en una clamorosa pobreza y agresiva violencia. Sembrando la alegría y la esperanza en medio de las zonas privadas de ellas, una misionera del amor encontró en Calcuta la manera de hacer concreta la caridad en los millares de rostros sufrientes que expresaban hambre de Dios al tiempo que hambre de pan, de salud, de vestido, de techo. Allí, luego de una larga vida consagrada al Señor y al servicio de los humildes y marginados, fue llamada por Dios a recibir la corona inmarcesible la Madre Teresa de Calcuta.
Con su rostro marcado por sus 87 años, su pequeña figura guarnecida por el inconfundible sari blanco y azul, que como una bandera se ha hecho emblema de la caridad en todo el mundo, la ya frágil Teresa partía a la Patria Eterna. Ella ha dado al mundo un invaluable testimonio de vida cristiana y de amoroso servicio a los más necesitados. Con su vida y sus obras ha sido una incansable predicadora de la reconciliación en un mundo marcado por tremendas rupturas. Su ardoroso testimonio de amor a Dios, hecho concreto en innumerables muestras de caritativa solidaridad con los más pobres y abandonados, ha sido una refrescante corriente de aire puro en medio del contaminado ambiente de egoísmo e indiferentismo de nuestras sociedades de finales del siglo XX.
Tuve la bendición de conocer a la Madre Teresa hace ya algunos años, cuando visitó el Perú con ocasión del IV Congreso Internacional sobre Reconciliación en tiempos de pobreza y violencia, que entonces se llevaba a cabo en el Callao. En aquella oportunidad dirigió a los participantes del congreso una ponencia, titulada El amor fuerza de reconciliación. "Es algo muy hermoso conocer y amar al pobre -manifestó en aquella ocasión-, por eso es necesario conocerlos, amarlos y servirlos. Para poder lograrlo es necesario acercarnos y compartir con ellos el gozo del Amor… Y el hambre no es solamente de pan. ¡El hambre es de amor, de reconciliación!"ó. La sencillez de sus palabras, y la fragilidad de su cuerpo, como que enmarcaban con nitidez la fuerza del Evangelio que proclamaba.
Más adelante la visité en su comunidad, en Lima. Recuerdo vivamente el diálogo sostenido en una pequeña habitación al lado de la capilla donde pasaba largos períodos adorando al Señor Sacramentado. La Madre Teresa tomaba sus fuerzas de la Eucaristía. La Adoración al Señor Jesús realmente presente en el Tabernáculo era para ella un ejercicio espiritual cotidiano. Al conversar con ella se descubría con toda facilidad el amoroso latir de su corazón por el Señor Jesús. Al hablar de Él toda ella se transformaba. Grande era también su amor por la Iglesia, y la gratitud por la fe cuya luz le permitió descubrir en los rostros sufrientes de los seres humanos la imagen de Aquel que dijo: "cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis". Su vida toda ha sido un anuncio de adhesión al Evangelio de la Vida, plasmado heroicamente en el servicio a los pobres entre los pobres.
Pero, también la Madre Teresa ha sido incomprendida por muchos. A un mundo que huye de Dios le resulta insoportable el testimonio del amor a raudales que manaba del corazón de Teresa de Calcuta.
¿Cómo puede alguien expresarse mal de ese heraldo del amor? Entonces recordé las palabras de Jesús recogidas en el Evangelio. Y comprendí mejor el ministerio de caridad de la Madre Teresa de Calcuta. Entendí que el amor que de su corazón brotaba al encuentro del ser humano concreto que sufre era un desafío a un mundo acostumbrado a medirlo todo en intereses económicos, en ideologías, en egoísmos de todo cuño. Percibí mejor cómo su transparente amor al Señor Jesús, su amor al Evangelio, su adhesión a la Iglesia habrían de ser contestados por quienes optan por la cultura de muerte.
La adhesión a la vida y a la bondad del Plan de Dios resonaban alto y fuerte en la vida y obras de Teresa. Su paso evangelizador y reconciliador permanece vivo en quienes descubrimos en Teresa de Calcuta a un testigo de la fe, de la esperanza y de la caridad. Con los vivos recuerdos que ella ha legado al mundo y con el vasto número de seguidores que aspiran a continuar su obra, en Teresa de la Caridad se mantiene en alto un ideal de amoroso y solidario servicio a los que sufren en un mundo que se acerca al dos mil lleno de contradicciones y rupturas.
Luis Fernando Figari
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