Quisiera aprovechar estos breves momentos, mis queridos jóvenes, para señalarles el fundamento más íntimo de nuestra responsabilidad, que es nuestro carácter de católicos. Jóvenes tienen que preocuparse de sus hermanos, de su Patria (que es el grupo de hermanos unidos por los vínculos de sangre, lengua, tierra), porque ser católicos equivale a ser sociales. No por miedo a algo que perder, no por temor de persecuciones, no por anti–algunos, sino que porque ustedes son católicos deben ser sociales, esto es, sentir en ustedes el dolor humano y procurar solucionarlo.Un cristiano sin preocupación intensa de amar, es como un agricultor despreocupado de la tierra, un marinero desinteresado del mar, un músico que no se cuida de la armonía. ¡Si el cristianismo es la religión del amor! Como decía un poeta. Y ya lo había dicho Cristo Nuestro Señor: El primer mandamiento de la ley es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas; y añade inmediatamente: y el segundo semejante al primero, es amarás a tu prójimo como a ti mismo por amor a Dios (cf. Mt 22,37-39). Momentos antes de partir, la última lección que nos explicó, fue la repetición de la primera que nos dio sin palabras: Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros, como yo os he amado (Jn 13,34). San Juan en su epístola nos resume los dos mandamientos en uno: El mandamiento de Dios es que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos mutuamente (1Jn 3,23). Y San Pablo no teme tampoco hacer igual resumen: No tengáis otra deuda con nadie que la del amor que os debéis unos a otros, puesto que quien ama al prójimo tiene cumplida la ley. En efecto estos mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio; no codiciarás: y cualquier otro que haya están recopilados en esta expresión: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Rm 13,8-9). En este amor a nuestros hermanos, que nos exige el Maestro, nos precedió él mismo. Por amor nos creó; caídos en culpa, por amor, el Hijo de Dios se hizo hombre, para hacernos a nosotros hijos de Dios (lo que a muchos, aun ahora, les parece una inmensa locura). El Verbo, al encarnarse, se unió místicamente a toda la naturaleza humana. Es necesario, pues, aceptar la Encarnación con todas sus consecuencias, extendiendo el don de nuestro amor no sólo a Jesucristo, sino también a todo su Cuerpo místico. Y este es un punto básico del cristianismo: desamparar al menor de nuestros hermanos es desamparar a Cristo mismo; aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona. Cuando hieren unos de mis miembros a mí me hieren; del mismo modo tocar a unos de los hombres es tocar al mismo Cristo. Por esto nos dijo Cristo que todo el bien o todo el mal que hiciéramos al menor de los hombres a Él lo hacíamos.Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor, nuestro prójimo es Cristo que se presenta bajo tal o cual forma: paciente en los enfermos, necesitado en los menesterosos, prisionero en los encarcelados, triste en los que lloran. Si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia. Pero separar el prójimo de Cristo es separar la luz de la luz. El que ama a Cristo está obligado a amar al prójimo con todo su corazón, con toda su mente, con todas sus fuerzas. En Cristo todos somos uno. En Él no debe haber ni pobres ni ricos, ni judíos ni gentiles, afirmación categórica inmensamente superior al «Proletarios del mundo uníos», o al grito de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Nuestro grito es: Proletarios y no proletarios, hombres todos de la tierra, ingleses y alemanes; italianos, norteamericanos, judíos, japoneses, chilenos y peruanos, reconozcamos que somos uno en Cristo y que nos debemos no el odio, sino que el amor que el propio cuerpo tiene a sí mismo. ¡Qué se acaben en la familia cristiana los odios, prejuicios y luchas, y que suceda un inmenso amor fundado en la gran virtud de la justicia, de la justicia primero, de la justicia enseguida, luego aún de la justicia, y, superadas las asperezas del derecho, por una inmensa efusión de caridad.Pero esta comprensión ¿se habrá borrado del alma de los cristianos? ¿Por qué se nos hecha en cara que no practicamos la doctrina del Maestro, que tenemos magníficas encíclicas pero no las realizamos? Sin poder sino rozar este tema, me atrevería a decir lo siguiente: porque el cristianismo de muchos de nosotros es superficial. Estamos en el siglo de los records, no de sabiduría, ni de bondad, sino de ligereza y superficialidad. Esta superficialidad ataca la formación cristiana seria y profunda sin la cual no hay abnegación. ¿Cómo va a sacrificarse alguien si no ve él por qué de su sacrificio? Si queremos pues, un cristianismo de caridad, el único cristianismo auténtico, más formación, más formación seria se impone.Los cristianos de este siglo no son menos buenos que los de otros siglos, y en algunos aspectos superiores, tanto más cuanto que las persecuciones mundanas van separando el trigo de la cizaña aún antes del Juicio, pero el mal endémico, no de ellos solos, sino de ellos, menos que de otros, es el de la superficialidad, el de una horrible superficialidad. Sin formación sobrenatural ¿por qué voy a negarme el bien de que disfruto a mis anchas, cuando la vida es corta? En cambio cuando hay fe, el gesto cristiano es el gesto amplio que comienza por mirar la justicia, toda la justicia, y todavía la supera una inmensa caridad.Y luego, jóvenes católicos, no puedo silenciarlo: en este momento falta formación, porque faltan sacerdotes. La crisis más honda, la más trágica en sus consecuencias es la falta de sacerdotes que partan el pan de la verdad a los pequeños, que alienten a los tristes, que den un sentido de esperanza, de fuerza, de alegría, a esta vida. Ustedes, 10.000 jóvenes que aquí están, a quienes he visto con tan indecibles trabajos preparar esta reunión, ustedes jóvenes y familias católicas que me escuchan, sientan en sus corazones la responsabilidad de las almas, la responsabilidad del porvenir de nuestra Patria. Si no hay sacerdotes, no hay sacramentos, si no hay sacramentos no hay gracia, si no hay gracia, no hay cielo, y, aun en esta vida, el odio será la amargura de un amor que no pudo orientarse, porque faltó el ministro del amor que es el sacerdote. Que nuestros jóvenes conscientes de su fe, que es generosidad, conscientes de su amor a Cristo y a sus hermanos, no titubeen en decir que sí al Señor.Y como cada momento tiene su característica ideológica, es sumamente consolador recordar lo específico de nuestro tiempo: el despertar más vivo de nuestra conciencia social, las aplicaciones de nuestra fe a los problemas del momento, ahora más angustiosos que nunca. Dios y Patria; Cruz y bandera, jamás habían estado tan presentes como ahora en el espíritu de nuestros jóvenes. La caridad de Cristo nos urge a trabajar con toda el alma, porque cada día Chile sea más profundamente de Cristo, porque Cristo lo quiera, y Chile lo necesita. Y nosotros, cristianos, otros Cristos, demos nuestro trabajo abnegado. Que desde Arica a Magallanes la juventud católica, estimulada por la responsabilidad de las luces recibidas, sea testigo viviente de Cristo. Y Chile, al ver el ardor de esa caridad, reconocerá la fe católica, la Madre que con tantos dolores lo engendró y lo hizo grande, y dirá al Maestro: ¡Oh Cristo, tú eres el Hijo de Dios vivo, tú eres la resurrección y la Vida!
miércoles, 30 de abril de 2008
Fundamento del amor al prójimo
Discurso del padre San Alberto Hurtado a 10.000 jóvenes de la Acción Católica, en 1943
Quisiera aprovechar estos breves momentos, mis queridos jóvenes, para señalarles el fundamento más íntimo de nuestra responsabilidad, que es nuestro carácter de católicos. Jóvenes tienen que preocuparse de sus hermanos, de su Patria (que es el grupo de hermanos unidos por los vínculos de sangre, lengua, tierra), porque ser católicos equivale a ser sociales. No por miedo a algo que perder, no por temor de persecuciones, no por anti–algunos, sino que porque ustedes son católicos deben ser sociales, esto es, sentir en ustedes el dolor humano y procurar solucionarlo.Un cristiano sin preocupación intensa de amar, es como un agricultor despreocupado de la tierra, un marinero desinteresado del mar, un músico que no se cuida de la armonía. ¡Si el cristianismo es la religión del amor! Como decía un poeta. Y ya lo había dicho Cristo Nuestro Señor: El primer mandamiento de la ley es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas; y añade inmediatamente: y el segundo semejante al primero, es amarás a tu prójimo como a ti mismo por amor a Dios (cf. Mt 22,37-39). Momentos antes de partir, la última lección que nos explicó, fue la repetición de la primera que nos dio sin palabras: Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros, como yo os he amado (Jn 13,34). San Juan en su epístola nos resume los dos mandamientos en uno: El mandamiento de Dios es que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos mutuamente (1Jn 3,23). Y San Pablo no teme tampoco hacer igual resumen: No tengáis otra deuda con nadie que la del amor que os debéis unos a otros, puesto que quien ama al prójimo tiene cumplida la ley. En efecto estos mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio; no codiciarás: y cualquier otro que haya están recopilados en esta expresión: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Rm 13,8-9). En este amor a nuestros hermanos, que nos exige el Maestro, nos precedió él mismo. Por amor nos creó; caídos en culpa, por amor, el Hijo de Dios se hizo hombre, para hacernos a nosotros hijos de Dios (lo que a muchos, aun ahora, les parece una inmensa locura). El Verbo, al encarnarse, se unió místicamente a toda la naturaleza humana. Es necesario, pues, aceptar la Encarnación con todas sus consecuencias, extendiendo el don de nuestro amor no sólo a Jesucristo, sino también a todo su Cuerpo místico. Y este es un punto básico del cristianismo: desamparar al menor de nuestros hermanos es desamparar a Cristo mismo; aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona. Cuando hieren unos de mis miembros a mí me hieren; del mismo modo tocar a unos de los hombres es tocar al mismo Cristo. Por esto nos dijo Cristo que todo el bien o todo el mal que hiciéramos al menor de los hombres a Él lo hacíamos.Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor, nuestro prójimo es Cristo que se presenta bajo tal o cual forma: paciente en los enfermos, necesitado en los menesterosos, prisionero en los encarcelados, triste en los que lloran. Si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia. Pero separar el prójimo de Cristo es separar la luz de la luz. El que ama a Cristo está obligado a amar al prójimo con todo su corazón, con toda su mente, con todas sus fuerzas. En Cristo todos somos uno. En Él no debe haber ni pobres ni ricos, ni judíos ni gentiles, afirmación categórica inmensamente superior al «Proletarios del mundo uníos», o al grito de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Nuestro grito es: Proletarios y no proletarios, hombres todos de la tierra, ingleses y alemanes; italianos, norteamericanos, judíos, japoneses, chilenos y peruanos, reconozcamos que somos uno en Cristo y que nos debemos no el odio, sino que el amor que el propio cuerpo tiene a sí mismo. ¡Qué se acaben en la familia cristiana los odios, prejuicios y luchas, y que suceda un inmenso amor fundado en la gran virtud de la justicia, de la justicia primero, de la justicia enseguida, luego aún de la justicia, y, superadas las asperezas del derecho, por una inmensa efusión de caridad.Pero esta comprensión ¿se habrá borrado del alma de los cristianos? ¿Por qué se nos hecha en cara que no practicamos la doctrina del Maestro, que tenemos magníficas encíclicas pero no las realizamos? Sin poder sino rozar este tema, me atrevería a decir lo siguiente: porque el cristianismo de muchos de nosotros es superficial. Estamos en el siglo de los records, no de sabiduría, ni de bondad, sino de ligereza y superficialidad. Esta superficialidad ataca la formación cristiana seria y profunda sin la cual no hay abnegación. ¿Cómo va a sacrificarse alguien si no ve él por qué de su sacrificio? Si queremos pues, un cristianismo de caridad, el único cristianismo auténtico, más formación, más formación seria se impone.Los cristianos de este siglo no son menos buenos que los de otros siglos, y en algunos aspectos superiores, tanto más cuanto que las persecuciones mundanas van separando el trigo de la cizaña aún antes del Juicio, pero el mal endémico, no de ellos solos, sino de ellos, menos que de otros, es el de la superficialidad, el de una horrible superficialidad. Sin formación sobrenatural ¿por qué voy a negarme el bien de que disfruto a mis anchas, cuando la vida es corta? En cambio cuando hay fe, el gesto cristiano es el gesto amplio que comienza por mirar la justicia, toda la justicia, y todavía la supera una inmensa caridad.Y luego, jóvenes católicos, no puedo silenciarlo: en este momento falta formación, porque faltan sacerdotes. La crisis más honda, la más trágica en sus consecuencias es la falta de sacerdotes que partan el pan de la verdad a los pequeños, que alienten a los tristes, que den un sentido de esperanza, de fuerza, de alegría, a esta vida. Ustedes, 10.000 jóvenes que aquí están, a quienes he visto con tan indecibles trabajos preparar esta reunión, ustedes jóvenes y familias católicas que me escuchan, sientan en sus corazones la responsabilidad de las almas, la responsabilidad del porvenir de nuestra Patria. Si no hay sacerdotes, no hay sacramentos, si no hay sacramentos no hay gracia, si no hay gracia, no hay cielo, y, aun en esta vida, el odio será la amargura de un amor que no pudo orientarse, porque faltó el ministro del amor que es el sacerdote. Que nuestros jóvenes conscientes de su fe, que es generosidad, conscientes de su amor a Cristo y a sus hermanos, no titubeen en decir que sí al Señor.Y como cada momento tiene su característica ideológica, es sumamente consolador recordar lo específico de nuestro tiempo: el despertar más vivo de nuestra conciencia social, las aplicaciones de nuestra fe a los problemas del momento, ahora más angustiosos que nunca. Dios y Patria; Cruz y bandera, jamás habían estado tan presentes como ahora en el espíritu de nuestros jóvenes. La caridad de Cristo nos urge a trabajar con toda el alma, porque cada día Chile sea más profundamente de Cristo, porque Cristo lo quiera, y Chile lo necesita. Y nosotros, cristianos, otros Cristos, demos nuestro trabajo abnegado. Que desde Arica a Magallanes la juventud católica, estimulada por la responsabilidad de las luces recibidas, sea testigo viviente de Cristo. Y Chile, al ver el ardor de esa caridad, reconocerá la fe católica, la Madre que con tantos dolores lo engendró y lo hizo grande, y dirá al Maestro: ¡Oh Cristo, tú eres el Hijo de Dios vivo, tú eres la resurrección y la Vida!
Quisiera aprovechar estos breves momentos, mis queridos jóvenes, para señalarles el fundamento más íntimo de nuestra responsabilidad, que es nuestro carácter de católicos. Jóvenes tienen que preocuparse de sus hermanos, de su Patria (que es el grupo de hermanos unidos por los vínculos de sangre, lengua, tierra), porque ser católicos equivale a ser sociales. No por miedo a algo que perder, no por temor de persecuciones, no por anti–algunos, sino que porque ustedes son católicos deben ser sociales, esto es, sentir en ustedes el dolor humano y procurar solucionarlo.Un cristiano sin preocupación intensa de amar, es como un agricultor despreocupado de la tierra, un marinero desinteresado del mar, un músico que no se cuida de la armonía. ¡Si el cristianismo es la religión del amor! Como decía un poeta. Y ya lo había dicho Cristo Nuestro Señor: El primer mandamiento de la ley es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas; y añade inmediatamente: y el segundo semejante al primero, es amarás a tu prójimo como a ti mismo por amor a Dios (cf. Mt 22,37-39). Momentos antes de partir, la última lección que nos explicó, fue la repetición de la primera que nos dio sin palabras: Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros, como yo os he amado (Jn 13,34). San Juan en su epístola nos resume los dos mandamientos en uno: El mandamiento de Dios es que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos mutuamente (1Jn 3,23). Y San Pablo no teme tampoco hacer igual resumen: No tengáis otra deuda con nadie que la del amor que os debéis unos a otros, puesto que quien ama al prójimo tiene cumplida la ley. En efecto estos mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio; no codiciarás: y cualquier otro que haya están recopilados en esta expresión: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Rm 13,8-9). En este amor a nuestros hermanos, que nos exige el Maestro, nos precedió él mismo. Por amor nos creó; caídos en culpa, por amor, el Hijo de Dios se hizo hombre, para hacernos a nosotros hijos de Dios (lo que a muchos, aun ahora, les parece una inmensa locura). El Verbo, al encarnarse, se unió místicamente a toda la naturaleza humana. Es necesario, pues, aceptar la Encarnación con todas sus consecuencias, extendiendo el don de nuestro amor no sólo a Jesucristo, sino también a todo su Cuerpo místico. Y este es un punto básico del cristianismo: desamparar al menor de nuestros hermanos es desamparar a Cristo mismo; aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona. Cuando hieren unos de mis miembros a mí me hieren; del mismo modo tocar a unos de los hombres es tocar al mismo Cristo. Por esto nos dijo Cristo que todo el bien o todo el mal que hiciéramos al menor de los hombres a Él lo hacíamos.Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor, nuestro prójimo es Cristo que se presenta bajo tal o cual forma: paciente en los enfermos, necesitado en los menesterosos, prisionero en los encarcelados, triste en los que lloran. Si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia. Pero separar el prójimo de Cristo es separar la luz de la luz. El que ama a Cristo está obligado a amar al prójimo con todo su corazón, con toda su mente, con todas sus fuerzas. En Cristo todos somos uno. En Él no debe haber ni pobres ni ricos, ni judíos ni gentiles, afirmación categórica inmensamente superior al «Proletarios del mundo uníos», o al grito de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Nuestro grito es: Proletarios y no proletarios, hombres todos de la tierra, ingleses y alemanes; italianos, norteamericanos, judíos, japoneses, chilenos y peruanos, reconozcamos que somos uno en Cristo y que nos debemos no el odio, sino que el amor que el propio cuerpo tiene a sí mismo. ¡Qué se acaben en la familia cristiana los odios, prejuicios y luchas, y que suceda un inmenso amor fundado en la gran virtud de la justicia, de la justicia primero, de la justicia enseguida, luego aún de la justicia, y, superadas las asperezas del derecho, por una inmensa efusión de caridad.Pero esta comprensión ¿se habrá borrado del alma de los cristianos? ¿Por qué se nos hecha en cara que no practicamos la doctrina del Maestro, que tenemos magníficas encíclicas pero no las realizamos? Sin poder sino rozar este tema, me atrevería a decir lo siguiente: porque el cristianismo de muchos de nosotros es superficial. Estamos en el siglo de los records, no de sabiduría, ni de bondad, sino de ligereza y superficialidad. Esta superficialidad ataca la formación cristiana seria y profunda sin la cual no hay abnegación. ¿Cómo va a sacrificarse alguien si no ve él por qué de su sacrificio? Si queremos pues, un cristianismo de caridad, el único cristianismo auténtico, más formación, más formación seria se impone.Los cristianos de este siglo no son menos buenos que los de otros siglos, y en algunos aspectos superiores, tanto más cuanto que las persecuciones mundanas van separando el trigo de la cizaña aún antes del Juicio, pero el mal endémico, no de ellos solos, sino de ellos, menos que de otros, es el de la superficialidad, el de una horrible superficialidad. Sin formación sobrenatural ¿por qué voy a negarme el bien de que disfruto a mis anchas, cuando la vida es corta? En cambio cuando hay fe, el gesto cristiano es el gesto amplio que comienza por mirar la justicia, toda la justicia, y todavía la supera una inmensa caridad.Y luego, jóvenes católicos, no puedo silenciarlo: en este momento falta formación, porque faltan sacerdotes. La crisis más honda, la más trágica en sus consecuencias es la falta de sacerdotes que partan el pan de la verdad a los pequeños, que alienten a los tristes, que den un sentido de esperanza, de fuerza, de alegría, a esta vida. Ustedes, 10.000 jóvenes que aquí están, a quienes he visto con tan indecibles trabajos preparar esta reunión, ustedes jóvenes y familias católicas que me escuchan, sientan en sus corazones la responsabilidad de las almas, la responsabilidad del porvenir de nuestra Patria. Si no hay sacerdotes, no hay sacramentos, si no hay sacramentos no hay gracia, si no hay gracia, no hay cielo, y, aun en esta vida, el odio será la amargura de un amor que no pudo orientarse, porque faltó el ministro del amor que es el sacerdote. Que nuestros jóvenes conscientes de su fe, que es generosidad, conscientes de su amor a Cristo y a sus hermanos, no titubeen en decir que sí al Señor.Y como cada momento tiene su característica ideológica, es sumamente consolador recordar lo específico de nuestro tiempo: el despertar más vivo de nuestra conciencia social, las aplicaciones de nuestra fe a los problemas del momento, ahora más angustiosos que nunca. Dios y Patria; Cruz y bandera, jamás habían estado tan presentes como ahora en el espíritu de nuestros jóvenes. La caridad de Cristo nos urge a trabajar con toda el alma, porque cada día Chile sea más profundamente de Cristo, porque Cristo lo quiera, y Chile lo necesita. Y nosotros, cristianos, otros Cristos, demos nuestro trabajo abnegado. Que desde Arica a Magallanes la juventud católica, estimulada por la responsabilidad de las luces recibidas, sea testigo viviente de Cristo. Y Chile, al ver el ardor de esa caridad, reconocerá la fe católica, la Madre que con tantos dolores lo engendró y lo hizo grande, y dirá al Maestro: ¡Oh Cristo, tú eres el Hijo de Dios vivo, tú eres la resurrección y la Vida!
¿Que es el amor de sí mismo?
Cardenal Joseph Ratzinger
¿Puede existir el amor de sí mismo?, es un concepto significativo, y si la respuesta es sí ¿Cómo se debe entender?.Si nos dirigimos con esta cuestión a la biblia, encontraremos en primer lugar posiciones aparentemente contradictorias. Escuchamos, por ejemplo, palabras como. “si uno quiere salvar su vida(alma), la perderá, pero el que pierda su vida (alma), por mi y por la buena noticia, la salvará” (Mc 8,35). Y aún suenan más fuertes las siguientes palabras de Jesús: “ Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío “.En la misma dirección se mueven las palabras de la negación de sí como presupuesto necesario para el seguimiento de Jesús.. (Mc 8, 34), y otros textos. Por otra parte se ha dicho que hay que amar al prójimo "como a ti mismo ".Pero esto significa lo siguiente: el amor de sí mismo, la afirmación del propio ser, ofrece la forma y la medida para el amor al prójimo. El amor de sí mismo es una cosa natural y necesaria, sin la que el amor al prójimo perdería su propio fundamento. Pero ¿como es posible encontrar una unidad interna en estos dos grupos de textos?.Todos los hombres han sido llamados a la salvación. El hombre es querido y amado por Dios y su tarea máxima consiste en corresponder a este amor. No puede odiar lo que Dios ama. No puede destruir lo que esta destinado a la eternidad. Ser llamados al amor de Dios es ser llamados a la felicidad.Ser felices es un deber humano-natural y sobrenatural. Cuando Jesús habla de negarse a sí mismo, de perder la propia vida, etc, esta indicando el camino de la justa afirmación de sí (amor de sí mismo) que reclama siempre un abrirse, un trascender: Pero la necesidad de salir de sí, no excluye la autoafirmación, sino todo lo contrario: es el modo de encontrarse a sí mismo y de "amarse".No es difícil odiarse a sí mismo, pero las gracias de las gracias sería amarse a sí mismo como un miembro del cuerpo de Cristo. El realismo de esta afirmación es evidente. Hay muchas personas que viven en contradicción consigo mismas. Su aversión a sus propias personas, su incapacidad de aceptarse y de reconciliarse consigo mismas, queda muy lejos de la “auto – negación “ pretendida por el Señor. Quien no se ama a sí mismo no puede amar a su prójimo. No le puede aceptar “ como sí mismo “, porque esta contra sí mismo y por tanto es incapaz de amarle partiendo de los profundo de su ser.Todo esto significa lo siguiente: egoísmo y amor auténtico de sí mismo no solo no son idénticos, sino que se excluyen. Uno puede ser un gran egoísta y estar en discordia consigo mismo. Sí, el egoísmo proviene con frecuencia precisamente de una laceración interna, de un intento de crearse otro yo, mientras que la justa relación con el yo crece con la libertad de sí mismo.Incluso se podría hablar de un círculo antropológico: en la medida en que uno se busca siempre a sí mismo, intenta realizarse e insiste en la plenitud del propio yo, el resultado es contradictorio, penoso y triste. El individuo se disolverá en mil formas y al final quedará únicamente la huída de sí mismo, la incapacidad de soportarse. EL refugio en la droga o en otras múltiples formas de egoísmo es, en sí contradictorio.Sólo el sí que me viene dado de un tú me posibilita una respuesta afirmativa a mí mismo, en el tú y con el tú. El yo se realiza mediante el tú. Por otra parte resulta también cierto que únicamente quien se ha aceptado a sí mismo puede decir sí al otro. Aceptarse a sí mismo, “amarse “, presupone a su vez la verdad, y postula el encuentro en un camino hacia esa verdad.
Un Exámen necesario
.....¨Aquí descubrimos la esencia de la mentira diabólica: en la visión que el diablo tiene del mundo, Dios aparece como algo superfluo, como algo que no es necesario para la salvación del hombre. Dios es un lujo para ricos...
Sólo Dios basta; si alguien otorga al hombre todos los bienes del mundo, pero le esconde a Dios, no le salva; no sería esto salvación sino fraude y mentira. Repitámoslo una vez más: la mentira del diablo es peligrosa, proque se parece increíblemente a la verdad; absolutiza es apecto más llamativo de la verdad. Llegamos ahora al punto en que debe dar comienzo nuestro examen de conciencia, en una doble dirección.
¿No nos hallamos también nosotros expuestos al peligro de pensar que Dios no es de primera necesidad para el hombre, y que el desarrollo técnico y económico es más urgente que el espiritual? ¿No pensamos también que las realidades espirituales son menos eficaces que las materiales? ¿no se abre paso también entre nosotros una cierta tendencia a diferir el anuncio de la verdad de Dios porque juzgamos que hay que haber primero cosas ¨más necesarias¨? Y, sin embargo, comprobamos de hecho que, cuando el desarrollo económico no va acompañado del desarrollo espiritual, destruye al hombre y al mundo.
Pero, ¿cómo es posible que nosotros lleguemos a pensar que Dios, el Dios Trinitario, el Hijo encarnado, el Espíritu Santo y la verdad concreta de la Revelación, que se conserva y vive en la Iglesia, sean menos importantes o menos urgentes que el desarrollo económico? Este pensamiento sería de todo punto imposible si nuestra vida se nutriera día a día de la palabra de Dios.
La mentira del diablo sólo puede introducirse en nuestras almas cuando, en nuestra existencia personal, preferimos el bienestar material a la grandeza y a la dolorosa carga de la verdad. El diablo puede invadirnos únicamente cuando Dios se convierte en algo secundario en la vida personal.
En la barahúnda de nuestras ocupaciones diarias acontece fácilmente que Dios pasa a un segundo plano. Dios es paciente y silencioso; las cosas, en cambio, urgen imperiosamente nuestra atención; es mucho más fácil diferir la escucha de la palabra de Dios que muchas otras cosas. Examinemos en estos días nuestra conciencia y volvamos al orden verdadero, a la primacía de Dios¨.
¨El camino pascual.¨ Cardenal Joseph Ratzinger.
Sólo Dios basta; si alguien otorga al hombre todos los bienes del mundo, pero le esconde a Dios, no le salva; no sería esto salvación sino fraude y mentira. Repitámoslo una vez más: la mentira del diablo es peligrosa, proque se parece increíblemente a la verdad; absolutiza es apecto más llamativo de la verdad. Llegamos ahora al punto en que debe dar comienzo nuestro examen de conciencia, en una doble dirección.
¿No nos hallamos también nosotros expuestos al peligro de pensar que Dios no es de primera necesidad para el hombre, y que el desarrollo técnico y económico es más urgente que el espiritual? ¿No pensamos también que las realidades espirituales son menos eficaces que las materiales? ¿no se abre paso también entre nosotros una cierta tendencia a diferir el anuncio de la verdad de Dios porque juzgamos que hay que haber primero cosas ¨más necesarias¨? Y, sin embargo, comprobamos de hecho que, cuando el desarrollo económico no va acompañado del desarrollo espiritual, destruye al hombre y al mundo.
Pero, ¿cómo es posible que nosotros lleguemos a pensar que Dios, el Dios Trinitario, el Hijo encarnado, el Espíritu Santo y la verdad concreta de la Revelación, que se conserva y vive en la Iglesia, sean menos importantes o menos urgentes que el desarrollo económico? Este pensamiento sería de todo punto imposible si nuestra vida se nutriera día a día de la palabra de Dios.
La mentira del diablo sólo puede introducirse en nuestras almas cuando, en nuestra existencia personal, preferimos el bienestar material a la grandeza y a la dolorosa carga de la verdad. El diablo puede invadirnos únicamente cuando Dios se convierte en algo secundario en la vida personal.
En la barahúnda de nuestras ocupaciones diarias acontece fácilmente que Dios pasa a un segundo plano. Dios es paciente y silencioso; las cosas, en cambio, urgen imperiosamente nuestra atención; es mucho más fácil diferir la escucha de la palabra de Dios que muchas otras cosas. Examinemos en estos días nuestra conciencia y volvamos al orden verdadero, a la primacía de Dios¨.
¨El camino pascual.¨ Cardenal Joseph Ratzinger.
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